Es impresionante la relación que existe entre el éxito académico de un chico y la labor de un educador con suficientes recursos emocionales. Son numerosos los casos de docentes que marcaron la vida de sus alumnos no sólo por instruirlos sino por educarlos de forma integral. Con esto, además de reconocer otras variables que intervienen en el proceso de aprendizaje de cualquier niño o adolescente, lo que queremos es enfatizar la importancia del rol del educador emocionalmente inteligente en el progreso de sus estudiantes. Desde esta perspectiva todo programa de educación emocional debe incluir y dar prioridad al maestro (Collell, 2003, Viloria, 2005). La UNESCO ha llamado la atención sobre este tema cuando ha señalado que el logro de los estudiantes debe ir más allá de la adquisición de conocimiento (Delors, 1996). En “La Educación encierra un tesoro”, conocido documento de esta organización, se plantean los cuatro “pilares del aprendizaje”: aprender a conocer (la materia de estudio), aprender a hacer (habilidades), aprender a convivir y aprender a ser (dimensiones sociales, afectivas y éticas). Las investigaciones demuestran que las competencias afectivas de los maestros impactan tanto la adquisición de habilidades académicas, como el desarrollo de destrezas personales y sociales en los estudiantes, por ejemplo:
1) relacionan que las emociones afectan el cómo y cuánto aprendemos (Teruel Melero, 2000); 2) encuentran que están íntimamente relacionadas con el pensamiento, la comprensión y los procesos conscientes de meta-cognición y autorregulación que intervienen en el aprendizaje (Caine y Caine, 1998, Damasio, 2003); 3) dan cuenta del efecto positivo que tienen en la convivencia escolar y en la disminución del bullying (Collell, 2003); 4) reconocen que mejoran los procesos de auto-concepto, creatividad, solución de problemas y la capacidad de logro (Olson y Wyett, 2012); 5) facilitan la integración e inclusión escolar de personas con alguna condición -trastorno por déficit de atención e hiperactividad, autismo, dificultades en el aprendizaje, entre otras-; (Extremera, Durán y Rey, 2010); y 6) evitan la aparición del Síndrome de Agotamiento o Síndrome de Burn out del docente (Pena Garrido y Extremera Pacheco, 2012).
Los estudios también han considerado la correlación en cuanto al desempeño emocional de los maestros estimando que por cada maestro que promueve relaciones positivas a nivel afectivo con sus estudiantes existen cinco maestros que no cuentan con las competencias para hacerlo (Olson y Wyett, 2005, 2012, 2014). Concluyen que el nivel promedio de los maestros se ubica en la categoría de ineficiencia a nivel afectivo, lo cual evidentemente perjudica la relación con sus estudiantes. Aún más, señalan que los niveles de empatía, congruencia y consideración positiva de los maestros hacia sus alumnos, son prácticamente los mismos que existen entre la población general. Es decir, los profesores no han desarrollado de forma particular dichas competencias, lo cual resulta preocupante, dada la responsabilidad que tienen con los alumnos y el impacto que su interacción con éstos puede tener para su formación como ciudadanos plenos. De allí que “Docentes con competencias emocionales” esté centrado en fortalecer en los maestros aquellos recursos y aptitudes que los conduzcan a ser emocionalmente inteligentes.