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Ecos del Pozo, Ecos de un Realojo (y II)
13 | 01 | 2017
Casi cerrando la campaña, queremos compartir algunos otros testimonios recogidos durante el realojo del Pozo de Huevo y los años posteriores. Muestran algunas de las claves que nos llevan a poner en marcha este proyecto. Así que quien quiera asomarse y entender mejor de donde partimos, que lea esto...
Del barro a la esperanza...
«Hay gente que dice que entrar aquí [en el Pozo del Huevo] es entrar en otro mundo, ¿qué creen, que somos salvajes? No somos salvajes, ni perros. Somos ciudadanos como todo el mundo, hay que conocernos y tratarnos, así podremos acabar con el mito de que somos tan malos»
«Si vivimos con otra gente, en medio de la sociedad, tendremos la oportunidad de demostrar cómo somos, buenos o malos. Si vivimos en barrios aislados de la sociedad, somos marginados. Queremos vivir con gente diferente a nosotros y que nuestros hijos crezcan con los demás»
«Tuvimos que luchar para conseguir una vivienda […]. Fue una alegría muy grande cuando nos dieron el piso. Vinimos con toda la familia y aquí todos se quitaron de la droga. Todos. Verlos ahora tan bien, ¡eso sí que es una alegría!»
«Yo misma me consideraba una salvaje por vivir en una chabola. El realojo me ha cambiado, ya no me siento igual que antes, más civilizada»
Pero no es oro todo lo que reluce...
«Toda una vida luchando por una vivienda digna y me la dan en un pueblo a las afueras de Madrid, que ni siquiera pude ocupar. Sin coche, ni carnet de conducir, ni trabajo. Somos chatarreros. Nos dedicamos a la chatarra: ¿qué comen mis hijos si en ese pueblo no hay chatarra ninguna?»
«Cuando me fui al piso iba muy contenta, pero ahora toda la paga se la come el piso, si pago el piso no como y si como no pagamos el piso... voy a pedir a la asistenta social y no me dan nada porque tengo dos pagas. He vivido dos años sin caldera, ahora yo la he puesto porque tengo que bañar a mi niño enfermo. Escribí al Defensor del Pueblo. Estoy pagando el piso que nunca será mío, porque yo sé que cualquier día me echan a la calle con mis hijos y mi marido enfermo»
"Es verdad que me han dado una casa y esto es muy bueno, pero me siento vigilada, controlada (que si no he pagado la luz, que si mis hijos van al colegio...), humillada en mi dignidad de persona. Esto no lo hacen a otros vecinos de la casa»
«Al principio estaba contenta por el piso. Entusiasmada porque un piso no es igual que una chabola. Acogida por el vecino del primero (vino a poner bombillas). El resto no. Pocas veces cuentan con nosotros para las reuniones. Nos apartan del mundo por ser gitanos. Nos discriminan tanto a nosotros como a los niños. No dejan jugar a sus hijos con los nuestros. Me siento una vecina más, hago mis pagos como todo el mundo»
«Siento más miedo ahora que en el Pozo del Huevo. Tengo una amiga que se llama Ana y cuando la necesito viene y me echa una mano. Pero en el piso estoy yo sola, y si me pasa algo no hay nadie a mi lado. En el Pozo del Huevo estábamos todos juntos»
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